Yo al Beto sí le creo
Cuando me entenré que Alberto García Aspe sería la persona encargada de la política deportiva de Pumas, supe que las cosas iban en serio. Por varias razones. Las obvias del arraigo, el amor genuino que Beto siente por los colores, su conocimiento del equiopo y del medio, me las salto porque han sido profusamente comentadas.
Yo destaco de Alberto García Aspe su integridad formal. No tiene dos caras, es directo y profesional. Se trata de una de esas personas de las que sabes qué esperar siempre y que no te defrauda. Lo digo conociéndolo sólo desde mi faceta como periodista. Muchos años vi de cerca su carrera, fui de los indignados porque César Luis Menotti no lo quería en su selección. Me encantaba ver ese lado izquierdo del Tricolor con Ramón Ramírez, el Beto y Luis Roberto Alves Zague haciendo pedazos a los rivales que se los encontraban (Ojalá ese equipo hubiera tenido un lado derecho igual de letal). Lo entrevisté cientos de veces y siempre respondió de frente, con amabilidad y educación.
Me tocó verlo llorar en la cancha del estadio de los Gigantes en Nueva York, cuando falló el primero de los penaltis de la tanda que dejó fuera a México del Mundial de Estados Unidos 94. Pero su amigo Jorge Campos corrió a abrazarlo cuando atajó el siguiente tiro búlgaro y dejó todo igual. Beto había anotado el penalti que tuvo a México con ventaja 1-0 hasta que Luis García arruinó el partido haciéndose expulsar cuando los rivales ya tenían un hombre menos y estaban fundidos. Ese partido se perdió con esa acción, no en los penaltis.
Seguramente en esas andanzas fue que conoció a Joaquín del Olmo, quien a puro carácter le quitó el puesto a Ramín Ramírez en pleno Mundial, pese a que no podía comparársele en calidad de juego.
Me tocó verlo anotar también en Francia 98, en ese duelo de alarido en el que México empató 2-2 ante Bélgica. El Tri perdía 2-0 y Aspe se enfrentó al reto de los once pasos para enviar el balón al arrullo de la red con decisión. Cuauhtémoc Blanco empató ese duelo con un gol maravilloso.
Un día me tocó directamente comprobar lo fuerte que le pegada al balón, cuando un balonazo terminó en mi pierna en el viejo Centro de Capacitación de Avenida del Imán. Salió de la bota zurda del Beto echando lumbre, me dolió hasta el alma aunque tuve que fingir para no ser pasto de las burlas.
Cuentan que cuando salió de los Pumas todo indicaba que lo contrataría el Cruz Azul, pero terminó con Televisa, y no le hizo nada de gracia. Eran tiempos en los que los futbolistas prácticamente no podían decidir su futuro. El Necaxa deparaba aún baños de gloria para él.
Jugó en Argentina, pero su paso por el River Plate no fue como todos esperábamos. Fue marginado por cuestiones extradeportivas, ya que no fue comprado por River. Esos equipos viven de vender a sus jugadores y aunque Aspe les garantizó un contrato con la televisión de México, al final lo que les importaba era darle minutos a sus propios jugadores para después venderlos. Así que regresó a México para jugar con el América en una época poco brillante de las Águilas.
Al final terminó en Puebla, un equipo al que le dio brillo y se mantuvo que lealtad hasta retirarse ahí. Incluso, García Aspe decidió radicar en esa ciudad.
En su vida privada es un tipo muy serio, con profundas convicciones religiosas, incluso conservadoras. Aunque no lo presume, es sobrino de quien fuera secretario de Hacienda en el sexenio de Carlos Salinas, Pedro Aspe.
Dijo cuando llegó que se iba a matar por sus Pumas. En dos semanas ya tiene casi armado a un equipo con el que hace un mes ni siquiera soñábamos, es más, ya nos estaba entrando la resignación.
Yo al Beto sí le creo. Y veo un futuro que me dibuja una gran sonrisa en la cara.
¡Beto, bienvenido! Raúl Borja, muchas gracias.
PD: ¡Ah! Aunque ya estoy ruco, ¡YO TAMBIÉN SOY 132!